domingo, 5 de octubre de 2008

Relato

Llovía en el exterior, pero dentro el ambiente era cálido y la música suave. Pedí un café y un trozo de tarta y me dirigí a un rincón, desde donde podía ver la calle a través de los cristales. Pronto localicé miradas complices detrás de la barra. Miradas amigas que me hacían sentir en casa. Reconocí a algunos clientes habituales que, fieles a su rutina, bebían los mismos cafés y leían los mismos libros y los mismos periodicos en las mismas mesas. Se oían los ecos de las conversaciones y las risas y muy de fondo, casi imperceptible, la lluvia. Allí dentro, para mi, las palabras refugio y hogar cobraban sentido. El trabajo debía haberse calmado un poco, porque esos tiernos ojos color avellana se acercaron con una sonrisa, mi café y mi tarta a la mesa. Se sentó y nos cogimos la mano. Pronto, a medida que la clientela abandonaba el local los demás camareros se iban acercando. Unimos mesas y sillas y pusimos los últimos cafés y algo que comer. Unos pocos clientes se unieron al coloquio. Cerramos las puertas y charlamos animadamente hasta el amanecer, contando historias, anecdotas y confidencias. Fuera había dejado de llover, pero nadie se dió cuenta.

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