miércoles, 1 de abril de 2009

Desde allí se veía el mar, dorado al atardecer y yo sentía una tristeza profunda, en lo mas hondo del corazón. Creo que aquel lugar hizo que la tristeza que siempre me ha acompañado saliera en toda su grandeza. Caían mis lágrimas pero era un llanto silencioso, mi alma lloraba. Podía oler el salitre y sentir la brisa en mis mejillas en aquel atardecer cálido. El alféizar de la ventana todavía conservaba el calor del sol. Sentí que se acercaba, aunque iba descalza. Paró detrás de mi, pero no habló. Me acarició el brazo con las yemas de la mano derecha. Me estremecí. Podía oler su perfume. Cerré los ojos y me concentré en ese aroma. Se acercó un poco más. Sentía su respiración en la nuca y su calor aunque no llegaba a tocarme. Luego se separó se giró y se alejó. Y yo, sin pensar, la seguí. Encontré su silueta tras unos velos. La atmósfera de aquella habitación era hechizante y ella era la hechicera. Y yo había caído en el embrujo sin querer siquiera resistirme.
La seguía despacio. No había prisa. No existía el tiempo. Igual que no existía el frío. En aquel lugar mágico uno no podía sentir frío, eso era solo producto de los sueños. Desde que había llegado a aquel país había sabido que era el lugar al que quería ir, aunque nunca antes hubiera estado allí. Y ahora ella era una de las razones por las que me resistía a marcharme.
Sentía la suave caricia de los velos en mi piel. Ya no pensaba. Ya no sentía ninguna tristeza. Las lágrimas se había secado en mis mejillas y mi corazón había sentido su calor cuando se acercó en la ventana. Y había latido por ella. Había dejado de existir todo lo demás.
Andaba por delante de mi con una ligera danza, como en sus bailes a la luz de la hoguera, pero de una forma mucho mas mimosa, menos lasciva.
Se paró y permaneció de espaldas a mi. Dejó caer el vestido a sus pies. Quedó totalmente desnuda. Era perfecta. Piel oscura y suave, curvas maravillosas. Quedé inmóvil. El pelo le caía sobre los hombros. Me miró, aun de espaldas, con sus ojos verdes. Me acerqué un poco más. Me tendió la mano y como un sueño yo la tomé. Me desnudó. Y desnudas, sobre una alfombra persa, en aquel viejo palacio árabe, con las últimas luces del sol, nos besamos. Y nos amamos. Sin pensar. Como si hubieramos nacido sabiendo.

No hay comentarios: